La Fe
nos enseña que ella no se opone a la razón, ni, por lo tanto, a la ciencia. De
ella nos alimenta la Iglesia, nuestra madre y maestra, enseñándonosla. Ella (la
Iglesia) nos enseña que Dios se nos ha revelado y se nos sigue revelando: por
un lado, sobrenaturalmente, por medio de la Revelación Escrita (la Santa
Biblia) y la Tradición (diferente de “las tradiciones humanas”, muchas de ellas
malas) y por otro lado se nos revela Dios por la naturaleza. A la Iglesia le
fue dado conservar y custodiar el tesoro de la Fe y darlo a conocer,
estableciendo su Santo Fundador (Jesucristo) una jerarquía, de modo que
escuchándola a ella escuchemos al Señor, Quien la alimenta con su mismo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, y asiste constantemente con el Espíritu Santo. San
Agustín decía que creía en los Evangelios, no por ellos mismos, sino porque la
Iglesia le mandaba creer en ellos, porque ella es anterior a aquellos, y es
quien de hecho los ha instituido como canónicos.
En este
marco escribo estas líneas, sometiéndolas al juicio de la autoridad de la
Iglesia, y corrigiéndolo si ella me mandara en algo a hacerlo. Dar la razón al
otro muchas veces a muchos les (nos) cuesta mucho. No lo digo porque en esto me
cueste, sino porque considero que a mucho nos puede ayudar el recordar que si
cuesta es porque el hecho de aceptar que uno está equivocado, y corregirse con
presteza mas sin ligereza, es un acto de humildad, y que por eso vale mucho.
Aunque también puede darse que uno esté en lo cierto cuando casi todos los
demás estén en el error y por eso se molesten al iluminarlos con la luz. En ese
caso hay que corregir el error con valor, aunque podría volverse una tarea como
la de Sansón, con su mismo fin.
La
autoridad de la Iglesia ha permitido que la Sagrada Escritura fuese sometida a
estudios literarios, pero también ha visto tomarse a estas ciencias atributos
que no les corresponden al olvidar la dignidad que el Sagrado Texto tiene, y
que no deja de tener por el simple hecho de que se olvide. No debemos olvidar
que en Ella es Dios quien nos habla, que es la Palabra de Dios (que se hizo
carne y habitó entre nosotros), y que no son sólo palabras humanas (lo cual que
también son) como para hablar de ella con insolencia, insinuando que son solo
discursos de un pueblo tonto, crédulo y exagerado.
Como la
Iglesia no me impide interpretar la Biblia literalmente (cuando eso sea
posible) para aumentar mi piedad, a esto me inclinaré[1].
Como
introducción a la Sagrada Biblia diré que no bajó escrita del Cielo, como se ha
dicho de otros libros en otras religiones y denominaciones cristianas, sino que
fue escrita por diversos autores inspirados (aunque quizás ellos no sabían que
estaban inspirados). Antes que Moisés escribiera los cinco primeros rollos de
lo que luego sería la Biblia, él recibió las narraciones de sus antepasados,
que por vía oral se transmitían los sucesos de generación a generación, desde
Adán y Eva. Posteriormente a estos primeros cinco rollos escritos por Moisés,
había escribas y copistas que copiaban estos textos una y otra vez,
completándolos con los siguientes textos que aparecerían con el transcurso de
los siglos y de la vida del pueblo elegido por Dios. Pensemos que los papiros
en los que se escribía no se conservaban por mucho tiempo. Por eso ellos los
copiaban una y otra vez. Por otra parte, la mayoría de la gente no sabía leer y
escribir, así que hacían uso del don de la memoria, que hoy en día se quiere
revalorizar.
En el
principio creó Dios el cielo y la tierra. Jesús es llamado Principio, y en Él
son creados el cielo y la tierra. Dios crea todo por la palabra, y Jesús es la
Palabra que se hizo hombre y que habitó entre nosotros. La tierra estaba desordenada
y vacía, y el Espíritu Santo aleteaba (nadaba) en ella, ya que la imagen del
escritor sagrado es que pegado a la tierra estaba el agua. Aleteaba en ella
ordenándolo todo, como lo hace cada vez que hay desorden: el Espíritu Santo
ordena. Ordena la vida desordenada del pecador, y le da vida, y lo llena de
cosas buenas.
Moisés
comienza la narración del primer libro de la Biblia[2]
describiendo la creación en seis días, relatando luego más detalladamente la
creación del hombre. Nada hay que impida a Dios crear el mundo en seis días. En
cuanto a la vejez de la tierra (con sus aproximados 4.000. millones de años),
esto no impide creer que haya sido creada en pocos días, ya que Dios pudo haber
querido dejar impreso en la tierra las señales de su edad (como en la
geografía, en los huesos fósiles de dinosaurios, etc.), como de hecho lo hizo
con Adán, para que al verla veamos en ella reflejada la Sabiduría propia de la
vejez. Si a Adán lo hubiéramos visto el primer día de la creación, y le
hubiéramos preguntado que cuántos años tenía, nos hubiera dicho que aún no
llegaba al primero. -¿Pero como? -hubiéramos replicado nosotros- ¡tienes el
cuerpo de una persona como de 20 o 30 años! –Así también la tierra: el Creador
la creó con millones de años de edad, y con tal perfección que los estudiosos
lo pueden determinar con absoluta certeza, del mismo modo que si hubieran visto
a Adán y lo hubieran sometido a observación médica, hubieran asegurado que no
tenía un año sino 20 o 30. Quizás nos hubiera llamado la atención que no hubiera tenido ningún tipo de agurras, ya que las mismas se deben al pliegue de la piel por los movimientos, y él no hubiera tenido. Aunque también, con la misma lógica anterios, lo pudo haber creado con arrugas.
Al
hombre, a Adán y en él a toda la humanidad, Dios lo creó el sexto día, un
viernes. En este día creó su obra más preciada, a la que llamó a ser hijo suyo,
dignidad que a ningún ángel dio, por más hermoso que fuere. Considerando estas
cosas, ¿habrá lugar para la tristeza? Los paganos dedicarían luego este día a
la diosa del amor llamada Venus, nombre del cual deriva nuestro viernes. Jesús
murió producto de un amor apasionado a nosotros en la Cruz, otro viernes. Así
como al domingo lo llamamos así por ser el día del Señor (DOMINador, del que DOMINa
el Orbe entero, del “Dóminus”), al viernes deberíamos llamarlo no haciendo
alusión al nombre de una diosa pagana, sino al Amor que en la Cruz murió por
amor apasionado por nosotros.
Volviendo
a la creación que Moisés nos narra, el Señor Dios, luego de crear el cielo y la
tierra y de adornarlo y hermosearlo con todo lo que en ellos hay, baja a la
tierra a pasearse por ella y para buscar un lugar donde hacer con sus manos al
hombre. No recela ensuciarse las manos, como el alfarero. Encontrando un lugarcito,
lo contempla, se agacha y moldea con sus manos al hombre a su Imagen: su
rostro, su pecho, sus brazos y pies, su masculinidad. La naturaleza contempla
atónita, y maravillada, bailando jubilosa, los astros del cielo incluso, como lo hacen aún ahora bailando en círculos. Los ángeles cantan himnos. Al
terminar su modelado, lo ve, toma aire unos eternos segundos y acercándose a la
nariz, insufla en ella su Espíritu, y con Él la vida y su Semejanza. Al punto,
todo ese lodo se transforma milagrosamente en carne.
Adán empieza
a existir. Siente la brisa del viento en su cuerpo. Oye la naturaleza que lo
rodea, las aves, los monos lejanos, con un sonido que viniendo de lejos se le
va haciendo cada vez más cercano y nítido. Sus oídos se están adaptando, y
reciben los primeros sonidos, como un presente de su creador. Se sabe de
inmediato un ser existente, y poco a poco, estrenando los músculos de su
rostro, abre sus párpados, dejando que la luz choque sus ojos, cuyas córneas
inmediatamente se adaptan con la visión más perfecta que un hombre pudiera
tener sobre la faz de la tierra. Ve el azul del cielo, las pocas nubes,
blancas, que lo surcan. Ve el verde de los árboles, el color de la tierra donde
está acostado, las aves que vuelan, todos los colores que adornan lo que le
rodea, y algunos animalitos que lo ven quietos, silenciosos. Ve al Señor que majestuoso lo contempla, y lo bendice.
Se yergue
apoyando su mano en el piso y se pone de pie. El señor le saluda con un
¡jaire!, y le dice cómo se llama: Adán.
Yo no
tengo una gran capacidad poética como para narrar estos augustos relatos, pero
si algo de lo escrito te da sentimientos de piedad, aprovéchate de ellos. Si he
dicho alguna herejía, me corrijo de ella.
Seguiré
con la gracia de Dios con el relato de la primera caída.
[1] O
rollo, ya que antes no existían libros, sino que se escribían en papiros que se
enrollaban, y que por eso se llamaban rollos. Estos rollos eran guardados en
cajas (“tanaj”). El conjunto de los primeros cinco libros de la Biblia, que se
escribieron en hebreo, como la mayoría de los libros del Antiguo Testamento, en
griego se llama “pentateuco”: donde “penta” significa “cinco”, y “teuco” son esas cajitas donde se
reservaban los rollos.
[2] Lo que sí nos impide es a decir que
todos los eventos históricos narrados en la Biblia han sido literales, negando
e impidiendo las diversas teorías de la creación del mundo.
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