Querida Feminazi:
Ante todo, sé que te molestarás por el calificativo que uso para describirte. A ningún totalitario le gusta que le digan que lo es. Y como el feminismo ha sufrido tan amplias modificaciones y deformaciones, decirte “feminista” a secas sería algo así como no decir nada.
Pero sé, al mismo tiempo, que sabes muy bien que me estoy dirigiendo a ti. Tú, que pones a la mujer como excusa para destilar tu odio de género; tú, que dices estar “oprimida” por el “patriarcado”, cuando en verdad lo único que te oprime es la mediocridad de culpar cínicamente al hombre de tus propias frustraciones1que otras mujeres, con más agallas que tú, han sabido utilizar para superarse a sí mismas; tú, que paradójicamente atacas al mismo sistema económico, político y cultural que acabó con las desigualdades entre los sexos en el Occidente libre.
¿Te molesta lo que digo? Pues lo seguiré diciendo. Y es que si algo te aterra, es la imposibilidad de “apropiar” políticamente la etiqueta “feminazi”. Debo admitirlo: la izquierda es muy buena apropiando significantes peyorativos. “Queer”, por ejemplo, que nació en la lengua inglesa como una conjunción insultante de “wird” (raro) y “gay”, hoy ingresa incluso al campo académico como “teoría queer”, en un hábil proceso de modificación valórica del vocablo. Pero “feminazi”, eso sí que no lo puedes apropiar. Por eso te desespera. Por eso pataleas cada vez que te lo dicen. Y es que expone todas tus miserias. Revela el motor de tu causa: el odio. Devela tu vocación: totalitaria. Pone de manifiesto tu representatividad: minúscula.
Te he visto, en efecto, arrogarte la representación de la mujer, mientras paradójicamente encuentras maravilloso aquello de “la mujer no existe” que Monique Wittig, siguiendo a Lacan, anotara en sus libros que tanto gustas consumir. Te convences en tus violentas convocatorias, con otras feminazis como tú, ser la síntesis de los intereses de la mujer. Pero allá afuera, en el mundo real, millones de mujeres continúan amando a los hombres, continúan esforzándose para superarse día a día, continúan trabajando y estudiando, amando a sus hijos y a sus familias, y no necesitan mostrar los senos en la calle, pintar propiedad ajena, lanzar bombas molotov, destruir iglesias o arrojar su propio excremento contra feligreses para sentirse mujeres. Ellas prefieren ser femeninas antes que ser feministas, conceptos que, por feminazis como tú, cada vez resultan más antitéticos.
Entiendo que, quizás tanto como conmigo, te enojas mucho al ver a esta inmensa mayoría silenciosa de mujeres que eligen no emularte y que, en muchos casos, hasta les causas desagrado. Odias verlas felices. Odias verlas fortalecidas. Y dirás sobre ellas que, si no te siguen, es porque “el patriarcado no las deja pensar”, subestimando su capacidad (puedes ser muy misógina cuando quieres), como si toda aquella que no pensara como tú fuera una débil mental. Pero tu estratagema está ya muy trillada: no haces mucho más que aplicar el clasismo marxista al terreno del género. La conciencia de clases de ayer es la “conciencia de género” que esgrimes hoy. Así, toda aquella que no tome la conciencia que tú quieres que tome, no será mucho más que una “alienada” respecto de los intereses que tú decretas que debe profesar.
Tu problema fundamental, querida feminazi, es ontológico. El principio constitutivo de la realidad que propones es el género. Tú no ves individuos; ves géneros. Eres tan colectivista como cualquier totalitario (por más que muchos liberales despistados y presos de la corrección política te compren el cuento). Y aún más: los visualizas en constante disputa, impulsando siempre el conflicto, incluso allí donde no existe. Así, frente a cualquier problemática social, reduces sus determinantes al género.1 Para ti, por ejemplo, no hay violencia social: simplemente hay “violencia de género”.
Y es que jamás te has preocupado por analizar cómo evolucionan los homicidios respecto de lo que llamas “femicidios”, pues hubieras descubierto que, dado que el comportamiento es prácticamente idéntico en términos de su crecimiento o decrecimiento relativo, no median motivos de odio de género en estos últimos. Menos te has preocupado de aquellas mujeres asesinadas que no han sido víctimas de hombres, sino de otras mujeres: dado que no puedes alegar cuestiones de género, para tu ontología estos casos no forman parte de la realidad. ¿Y para qué decir sobre los casos en los que la víctima no es una mujer sino un hombre? La invisibilización es tu estrategia: sabemos bien que comulgas con esos vocingleros partidos de izquierda que, cuando la ciudadanía marcha contra la inseguridad y la violencia en términos generales, acusan a los manifestantes de “fascistas” por pedir que el Estado les garantice una vida más segura frente a la delincuencia.
Pero tu juego está empezando a terminar. La rebelión de lo políticamente incorrecto que ha despertado en todas partes del mundo está rompiendo la espiral del silencio en la que el progresismo, al cual tú tan bien sirves, nos sumergió. Cada vez somos más los que no te tememos ni a ti, ni a tu doble discurso. Cada vez somos más los que no te creemos esa forzada postura hipócrita que, mientras pide “Ni una menos”, despliega actos de vandalismo urbano y grita, a través de las paredes públicas y privadas que estropean con pintura, consignas como “muerte al macho”, “matá a tu novio”, “La Virgen María era tortillera” o “abortar nos hace felices”.
¿Odias a los hombres? Pues no estés con ninguno de ellos: no creo que nos perdamos de mucho. ¿Odias a la Iglesia? Pues no concurras: ningún sacerdote te obliga. ¿Odias al capitalismo? Pues no produzcas, no ahorres ni inviertas: el mercado no te obliga. ¿Odias depilarte? Pues no te depiles: ningún “patriarcado” te obliga a hacerlo. ¿Odias los “estereotipos de belleza”? Pues nada te somete a ajustarte a ellos: puedes continuar esforzándote por verte fea que a nadie le importará. ¿Odias a Occidente? Pues tienes otros lugares “hermosos” para vivir siendo mujer, como Medio Oriente, donde el casamiento de niñas sigue siendo una realidad, o varios puntos de África donde la ablación (mutilación del clítoris) se continúa practicando: lugares, por cierto, en donde tu falaz lucha jamás mira.
No pretendo recibir mucho más que insultos y amenazas de tu parte. El feminazismo es violencia, y tú eres su agente. Pero, sencillamente, no quería dejar de poner este espejo enfrente de ti. Cuando las ideologías extremistas nublan el juicio, mirarse al espejo puede ser doloroso.
Te invitamos a leer “El Libro Negro de la Nueva Izquierda. Ideología de Género o Subversión Cultural” (de Nicolás Márquez y Agustín Laje).
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