¿Cuántos son los que viven en pecado mortal? No lo sé. Lo que sí sé, es que no todos van a Misa, que no todos piensan en Dios, que no todos aman a su prójimo. No todos leen la Biblia. No todos actúan según el Espíritu Santo, ni lo piden. Que no todos piden perdón por sus pecados, que todos tenemos.
¿Qué será de ellos? ¿Qué será de nosotros? No se trata de desesperar ni tampoco caer en la presunción, en creerse ya santo. ¿Cómo encontrar el justo medio? El Espírito Santo lo indica.
Dios da el Espíritu Santo a todo aquel que se lo pide.
Pidamos al Espíritu Santo. Y en la calle, cuando veamos a tanta gente caminar, reír, llorar, estar preocupada o triste, pensemos en su alma, en su salvación y en la nuestra. Y repitamos muchas veces jaculatorias en nuestro corazón, en nuestra mente, en el silencio de nuestra alma:
¡Ven Espíritu Santo, ven por medio de la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, tu Amadísima Esposa!
¡Ten piedad de mí, de nosotros, y del mundo entero!
¡Jesús, María, os amo, salvad a las almas!
¡Jesús, que te ame! ¡Concédeme la conversión, la sincera conversión!
¡Señor: que vea!
Y tantas otras como el Señor Espíritu Santo te inspire. Mientras caminas a la parada del micro, o a la escuela, o al trabajo, o esperás el ascensor, o donde sea. Elevá muchas veces tu corazón, tu alma a Dios.
Que tengamos una verdadera conversión, un sincero examen de consciencia y firme propósito de enmienda. El Espíritu Santo nos lo dará si se lo pedimos. Pero no nos cansemos de pedir. Confesémonos. Mientras tanto, si estamos en pecado mortal, el primer paso es reconocerlo. Y pedir siempre el Espíritu Santo, que es lo mismo que pedir la Gracia de Dios.
Tengamos principalmente presente la conversión de los clérigos, que más necesitan de nuestra oración. Porque a quien más se le ha dado, más se le pedirá.
Y ruega por favor también por mí, por la conversión de este católico tibio.
Mucho ánimo y adelante. Que la Virgen nos bendiga mucho.
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