En 1880 viajó a Roma, creyendo morir en el tren. Ya se encontraba mal. En Roma recibe una mala noticia del gobierno Francés. El 9 de mayo de ese año consagró un nuevo obispo para su ciudad, y pocos días después, tras celebrar una Misa con su energía habitual y de saludar de un modo especial a los participantes, se retiró a descansar más temprano que de costumbre. A la una de la mañana, el vicario general oyó que golpeaban su puerta: era el Cardenal, con el rostro descompuesto, que pedía ayuda. El vicario lo acompaño a la cama y el obispo auxiliar le dio la extremaunción, tras lo cual murió. Tenía 65 años.
Había nacido el 26 de septiembre de 1815. Su padre era un humilde artesano dedicado a hacer zapatos. Su madre, desposada muy joven, a los 17 años, asistía un día a la Santa Misa, cuando un primer sobresalto le hizo comprender que esperaba un hijo. "Puse entonces en el seno de Dios al niño que llevaba en el mío", confesaría más adelante.
Mons. Pie había muerto. Ahora estaba delante de Dios, con quien se había hecho un solo espíritu.
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