La moderna corriente secularista fue invadiendo todo el campo de lo sagrado. Se buscó un sacerdocio horizontalizado, una exégesis racionalista, una catequesis desacralizada. Este proceso llegó también al arte sacro y, también, a la música sagrada, es decir, la música que la Iglesia reserva nomalmente para el culto litúrgico.
La música litúrgica no es sino un intento lírico de aproximarse al mundo de lo sacro. Pues bien, la nueva música, que, aquí y allí, se comenzó a introducir poco después de haberse concluido el Concilio Vaticano II, parece movida por un impulso centrífugo en relación con lo sacro. Más que balbucir la inefabilidad del misterio tiende a expresar al hombre de hoy, a ese hombre conflictuado, desgarrado, hombre del ruido y no de la palabra. El mundo de lo sagrado parece exigir una música soberana por encima en cierto modo del ritmo, que es algo humano, demasiado humano. Y a pesar de ello se advierte un movimiento tendiente a reducir siempre más el hiato que separa la música sagrada de la música profana, desdibujándose progresivamente las fronteras que separan a ambos tipos de música.
Sin duda alguna los tiempos han cambiado. Ahora, la música auténticamente religiosa, hecha para el recinto sagrado, se ejecuta en "salas de concierto", con gran éxito de boletería, mientras que la música profana, propia de la vida mundana y de las salas de concierto, se va introduciendo en el recinto sacro, en el interior del templo. Decir "salas de concierto" es un eufemismo... porque en ocasiones se trata de músicas propias de salones danzantes -"boliches"-, o de melodías del Lejano Oeste.
Hace 30 años, Cristóbal Halffer, uno de los más significativos exponentes de la joven generación "serial" española, profesor en el conservatorio de Madrid, se lamentaba de que el gregoriano se ejecutase en conciertos, no como algo vivo, sino como una pieza de museo, y se lo sustituyese "por unas cancioncitas estúpidas hechas según el patrón rítmico-melódico-armónico de las canciones de las películas del Oeste en boga en los años cuarenta".
Extraído de: P. Alfredo Sáenz, "La música sagrada y el proceso de desacralización", Gladius.
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