Saturday, 19 November 2016

El poder de María Inmaculada

El hombre que no quería confesarse

En una de las casas que la Congregación Redentorista de Nápoles, se presentó una mujer diciendo a uno de los sacerdotes que su marido no se había confesado hacía muchos años, y que la infeliz ya no sabía que hacer para convencerle, pues hablándole de confesión la maltrataba. El padre le contestó que le diese una estampa de la Inmaculada Concepción. A la noche, la mujer suplicó nuevamente a su marido que se confesase; pero no queriendo éste hacer ningún caso de sus palabras como acostumbraba, ella le dio una estampa. He aquí que apenas el marido la recibió, dijo: «Y bien, ¿cuándo quieres llevarme a confesar, que estoy dispuesto a ello?».

La mujer empezó a llorar de alegría al ver aquel cambio tan repentino. Efectivamente, por la mañana fue a la Iglesia de los redentoristas, y habiéndole preguntado dicho sacerdote cuánto tiempo había transcurrido desde su última confesión, respondió que veintiocho años.

«¿Y cómo -replicó el padre- os habéis decido esta mañana a venir a confesaros?».

«Padre -le contestó el señor al sacerdote-, yo permanecía obstinado; pero anoche mi mujer me dio una estampa de la Virgen; y luego experimenté tal movimiento en mi corazón, que esta noche cada momento me parecía que eran siglos, anhelando llegase para poder venir a confesarme».

En efecto, se confesó con mucho dolor, cambió de vida, y continuó mucho tiempo confesándose a menudo con el mismo padre.

El hombre que no quería perdonar

En otro lugar, en la diócesis de Salerno, mientras hacían allí una Misión los mismos padres redentoristas, había un hombre enemistado mortalmente con otro que le había ofendido. Uno de los padres redentoristas habló con él para que le perdonase, y él le contestó: «Padre mío, ¿alguna vez me ha visto usted asistir a sus sermones? No. Y por eso, jamás los oiré. No ignoro que estoy condenado, pero no me importa, quiero vengarme.»

El padre insistió mucho para convertirle, pero viendo que sus palabras eran inútiles, le dijo: «Tomad esta estampa de la Virgen». Él le respondió: «¿Y para qué sirve esta estampa». Sin embargo, habiéndola tomado, aunque siempre había negado el perdón que le pedía, dijo al misionero: «Padre mío, ¿desea vuestra reverencia otra cosa más que el perdón? Aquí estoy pronto a perdonar.» Y al efecto quedaron de acuerdo para la mañana siguiente. Mas al otro día había ya mudado de parecer y no quería cumplir lo que antes había ofrecido. Dicho padre le entregó otra estampa, la que no quería admitir, y sólo después de muchas instancias accedió a ello; mas, ¡o maravilla!, al momento que tomó la otra estampa exclamó: «Ea, despachemos; ¿dónde se halla mi enemigo», y luego le perdonó y se confesó después.

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