En la llamada "Edad Media", la jerarquía eclesiástica había sucumbido ante la tentación de la riqueza y algunos pecados morales (de simonía, entre otros). Frente a la riqueza surgió el monje agustino Martín Lutero, que se separó de la Iglesia, y San Francisco de Asís, que quiso dar el ejemplo de cambio, sin salir de la Iglesia.
Con Lutero a la cabeza, la Reforma Protestante se quedó con la fe, rechazando la razón. Fe y razón, con él, quedan separada, cuando la Iglesia siempre las entendió juntas, como las dos alas del alma para volar a Dios.
La Revolución Francesa, a diferencia de Lutero, se quedó con la razón, dejando a un lado la fe -hablando en grandes rasgos-. La separación entre fe y razón ya estaba hecha. Era sólo cuestión de tiempo pretender destituir la reyecía de Cristo del brazo secular.
Con el tiempo, se dieron cuenta las sociedades que la razón llevaba a la fe, ya que no se oponía una a la otra. Así, como una nueva solución que separara fe y razón, surgió el Naturalismo, que fue condenado por el Concilio Vaticano I, el cual, por ello, entre otras cosas, proclamó la infalibilidad papal cuando este hablaba ex cathedra.
El Naturalismo decía que las cosas, y los hombres, son por naturaleza buenos, pero que la sociedad -la razón- los hace malos.
El Naturalismo dio lugar, con el tiempo, al Modernismo, que Pío X descubrió, llamándolo con ese nombre, y condenó. La consideró la peor de todas las herejías. No podríamos sintetizar esta herejía en una sola idea.
El Modernismo dio lugar un modernismo más suave, o Progresismo, que ofrece una fe no firme, sino muy licuada. Una fe en la que da lo mismo una cosa que otra.
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